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martes, 21 de octubre de 2008

El cuaderno de hojas secas (I)

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Los cuentos están hechos para los días grises, nublados, lluviosos. Para las noches frías, bajo la manta o al calor del fuego. Acércate, quédate sentadito a mi vera, niño del corazón triste, apoya tu cabeza en mi regazo, cierra los ojos...
Para Finwë Anárion

Ayer me acerqué a la higuera a buscar los últimos higos que van quedando, oscuros, abiertos, rezumando miel. Y rodeada por sus ramas, estirándome a un lado y a otro para alcanzarlos, de pronto oí una voz, apenas un murmullo entre el frotar de las duras y rasposas hojas del árbol.

No se entendían las palabras. Me quedé quieta y escuché... No, no, no... -decía la voz. Me acerqué un poquito más, casi sin respirar para no ser descubierta, y con gran sorpresa descubrí al enanito de piedra que me falta a la puerta de la casa, muy atareado anotando en un cuaderno de hojas silvestres secas. Canturreaba por lo bajo y negaba de nuevo. Estaba vestido de verde, pantalón y casaca, un gorro también verde adornado con un pompón en la cabeza y unas botas altas negras, botas mágicas de andar montañas en un sólo paso....

Concentrado en sus asuntos no se percataba de mi presencia que ya se me iba haciendo de lo más incómoda, aguantando a pulso en una posición un poco inverosímil por no hacer ruido. El cuerpo contra el árbol, el pie derecho en el aire sin acabar de pisar, y la mano del mismo lado agarrando una rama que me hubiera impedido ver al enano si no la hubiera retirado.

Cruzaban por mi mente mil ideas peregrinas que poner en práctica para escapar de la situación porque, a nada que me moviera, si el personaje era un cascarrabias (dicen que lo son y, además, traviesos) seguro que me hacía un encantamiento.

Continuaban sus canturreos y sus negativas. Parecía echar cuentas. Por fin, cierra su cuaderno y se alza en pie. Apenas medio metro, un orondo medio metro. Podría tratarse de un baloncillo con cara de enano... jou jou jou

A pequeños pasos se dirige a la escalera que salva el terraplén desde la higuera hasta la casita, la rodea, parándose a observar minuciosamente cada pocos pasos. Le da una nueva vuelta y con cara de resignación se va alejando por el camino hacia arriba.


Llueve. El día gris no acaba de levantar y el hombrecillo de verde desaparece de mi vista poco a poco. ¿Lo volveré a ver? Voy deshaciendo mi escorzo detectivesco y escapando del abrazo recio de la higuera. Recojo la cestita de higos dulces como la miel. ¡Qué raro que no la ha visto en el suelo junto a él! Y desciendo con cuidado por la misma escalera, de ligeros peldaños, por la que ya lo ha hecho el hombrecillo.

Miro a un lado y a otro. No, no está. Me marcho pero yo he de conocer el secreto de ese cuaderno. Volveré.
... Continuará...

©Paloma

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lunes, 6 de octubre de 2008

Anuska y los duendes


Había una vez una niña pequeñita que vivía en un bosque, con su papá que era leñador y su mamá que tenía una tahona en la que hacía ricos panes, bollos, pastelillos y tartas. También mallorquines (risas del público y el narrador). La niña solía salir a jugar por el bosque y su mamá le ponía algún panecillo como merienda.

Como todos los días salió, internándose entre los árboles. Se fijó en uno, grande y con un gran hueco por el que metió la cabeza y saludó.

-Holaaaaaaaaaa

-Holaaaaaaaaaa, le respondió una voz desde abajo.

La niña se sorprendió. ¿Será el eco? Y repitió: -Holaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Y esta vez la voz tardó un poco más pero saludó del mismo modo y con fuerza: -Holaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Un poco asustada, sacó la niña la cabeza del interior del árbol y continuó caminando hasta descubrir un agujero entre la maleza. Se asomó y comprobó que se trataba de la boca de una cueva y por ella fue entrando poco a poco al interior. Olía muy rico pues en el centro de la misma una gran olla cocía exquisita sopa. Tenía hambre y la sopa olía tan bien que cogió un plato hondo y una cuchara y se sirvió una buena cantidad. Sacó el panecillo de la bolsa y se puso a comer.

Comenzó a sentir voces, pasos, ruidos... y fueron llegando seres de muy diversos tipos. Unos tenían alas, otros antenas, los había pequeños y más grandes. Se colocaron alrededor de la mesa porque querían comer. La niña los miraba un poco encogida esperando ver cuál era su reacción al encontrarla allí y comiendo de su comida. Sin embargo parecían no verla.

De pronto se percataron de que había un plato con sopa en la mesa.

-Alguien ha comido antes que nosotros, comentó el de las antenitas.

-Y también hay un panecillo mordisqueado, ¿quién habrá sido?, dijo a su vez el que tenía alitas.

-Soy yo, ¿no me veis?, dijo la niña. Soy yoooooooooooo...

Pero no la veían. Uno, más gordito (risas del público), fue a sentarse en la silla en la que se encontraba la niña y notó algo extraño. Dijo al duende más viejo: -Creo que aquí hay algo aunque no veo nada.

-Ahhh, respondió éste, será un humano, los seres mágicos no los podemos ver. Para conseguirlo hemos de tomar un filtro. Lo bebieron y la niña se hizo visible a sus ojos.

-Holaaaaaaaaa, ¿cómo te llamas? Exclamaron a coro.

-Soyyyy... (bautizó rápidamente el narrador) Anuska .

Y se enfrascaron en animada charla. La niña dijo que su papá era leñador y su mamá (tahonera, dijo una voz desde el público) (risas)... tahonera. Hablaron de los humanos, de las hadas, de que no podían verse unos a otros porque sus mundos eran ocultos para los demás pero hubo una ocasión en que un hada, llamada (rebusca el cuentacuentos en su mente)... mmm... Gildaberta (-Gilda-, dijo una niña) ( risas), se enamoró de un humano y se casó con él y por eso Anuska podía verles ya que era descendiente de ese hada.

Estaban muy a gusto en tan animada conversación pero la niñita recordaba cada vez más a sus papás y quiso marchar ya de vuelta a su casa. Salió por la boca de la cueva escondida entre la maleza, atravesó el bosque en sentido inverso pasando delante del árbol con el tronco hueco y cuya voz respondía desde lo profundo a los saludos y, poco a poco, fue llegando a su cabaña donde esperaban los papás, que estaban muyyyyyyy preocupadossssssssss.

-Mamá, papá, soy Anuska, ¡¡estoy aquí!!

-Hija mía, qué preocupados nos has tenido! Pero ¿dónde has estado metida?

Ella se dio cuenta de que grandes arrugas de preocupación surcaban el rostro de sus padres.

-Pero ¡si sólo he faltado una tarde! Me encontré con un árbol que hablaba y una cueva donde viven los seres mágicos de donde salió mi tía Gilda-berta... y así fue narrando a sus papás lo que había visto y le habían contado.

-Hija mía, no has faltado una tarde sino una semana. Y la abrazaba fuerte con mucho cariño pero con seriedad para que no lo volviera a hacer nunca más.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

©Finwë Anárion

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