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miércoles, 12 de agosto de 2015

Los árboles de nuestros pueblos

Cuánto tiempo ha pasado!!... Veo que hay telarañas y cosas por remozar, muchas... 

Pero, hoy vengo aquí no a daros o quizás también, un poco sí.. Vengo a pediros una firma y un compartir la petición que he realizado en change.org ..




Os necesito. Los árboles de mi pueblo os necesitan y, como ellos, la mayoría de los árboles de nuestras ciudades, que son tratados como mobiliario urbano de quita y pon, maltratados por podas salvajes año tras año, podas que los debilitan y enferman, acortando su vida y afeando y deteriorando nuestras calles, al fin y al cabo, nuestro hábitat.

Se va acercando, como en cada ciclo, el fin del verano y el tiempo en que serán prácticamente desmochados, convertidos en esqueletos, fantasmas cuya visión encoge el alma. 

Qué maravilloso sería por contra verlos desnudarse despacio a medida que pasa el otoño y que avanza el invierno, con una poda de mantenimiento si fuera necesaria, bien hecha, sólo la justa para evitar que haya ramas que ofrezcan peligro, para rejuvenecer un árbol viejo o cada 3 ó 4 años para reformar y unificar sus copas. 

Qué belleza sería contemplar nuestras arboledas y nuestras calles habitadas por esos seres vivos, aparentemente silenciosos, que limpian nuestro oxígeno, que proporcionan refugio a los pájaros, que nos dan sombra en verano y  nos protegen del viento en invierno y que sólo nos tienen a nosotros, nuestra voz, para luchar por ellos.

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sábado, 24 de abril de 2010

Historia del cerdito con una sola oreja

Fotografía de ojodelanoche

Es un cerdito valiente.

Un día, como muchos otros, salió de la cochiquera para buscar bellotas por entre las encinas. Sísísí, tenía libertad para entrar y salir porque su amo y él se respetaban, se querían y confiaban el uno en el otro. La amistad más que costumbre que les unía se remontaba a los tiempos en que el joven era aún un niño y Negro, el cerdo, empezaba a ser adulto.

Como un perrillo faldero acompañaba a su amo en todas sus correrías. No se subía a los árboles porque los cerdos no poseen dicha capacidad pero esperaba paciente hociqueando en las raíces hasta que el mozo daba fin a su aventura entre las ramas y entonces corrían, corrían por la dehesa jugando a caballeros andantes que rescataban damas y conquistaban reinos. Quijote, el niño; Sancho, el Negro.

Aquel día como tantos otros salió de la cochiquera para buscar bellotas por entre las encinas, se detuvo en la puerta de la cabaña, emitió media docena de gruñidos llamando a su amigo pero éste no respondió y Negro decidió esperarle en el campo.

El sol asomaba ya por sobre los riscos y sus rayos juguetones le hacían guiños invitándole a perseguirlos. Sus cuatro cortas pero fuertes patas comenzaron un trote feliz y nuevo, lleno de vida que despierta, de fuerza de la sangre corriendo por las venas, de aire que penetra los pulmones vivificando. Así se sentía Negro. Gruñía feliz intentando atrapar el sol.

Se había convertido en un espléndido ejemplar, de cara grande y orejas caídas sobre los ojos típicas de su raza. Su cuerpo fornido, de piel negra poblada de pelo, que terminaba en una cola enrollada en espiral. Correteaba juguetón hozando aquí y allá, cuando de pronto unos gritos le sobresaltaron. Se paró en seco, aquella voz le resultaba familiar. Por supuesto, era su amo Nicolás que gritaba apurado, parecía en peligro.



Sin perder un instante, sin dudarlo, salió Negro disparado dirigiéndose hacia la voz y al cabo de poco encontró a su dueño encaramado a un árbol mientras en su base un oso salvaje y hambriento intentando alcanzarle.

Negro supo muy bien lo que tenía que hacer. Arañó con fuerza la tierra, hincando sus pezuñas, y gruñendo feroz embistió. Se enzarzaron en una lucha brutal, uno por el alimento, otro por el amigo. La lucha era desigual por el tamaño del oso pues su envergadura duplicaba la de Negro. Sus garras y dientes se clavaban en el cuerpo del cerdo infiriéndole graves heridas pero éste sólo pensaba en alejar de allí a aquel monstruo así que mordía con fiereza las patas del oso.

El niño, que contemplaba la escena que se desarrollaba a sus pies, lloraba diciendo: "¡Ay, Negro, mi Negro, que te va a matar!" Y a Negro ese llanto le daba más ánimo para seguir hundiendo sus dientes en las carnes del enemigo. Por fin, un mordisco se dirigió a la cabeza del cerdo. Tan fuerte fue que le abrió la carne dejando el cráneo al descubierto y le arrancó una oreja pero Negro no sentía dolor alguno, sólo pensaba en defender a Nicolás. Gruñían con rabia ambos contendientes mientras, con un palo, azuzaba Nicolás al oso dándole fuertes golpes.

El oso, agobiado por el ataque a dos bandas, con las patas en carne viva y con la oreja de Negro bien agarrada entre sus fauces, se dio por satisfecho y prefirió huir. Le costó deshacerse de los dientes de Negro pero finalmente corrió, también ensangrentado, hacia su guarida.

Entonces Negro se desplomó. La pelea le había ocasionado grandes estragos en el cuerpo. Herido de gravedad, ya no se sostenía. Bajó Nicolás del árbol llorando por su Negro. Lo abrazó con fuerza tapando con sus manos las heridas para que la vida no se le escapara pero así nada podía hacer, debía traer al veterinario. Se despidió de Negro. "Ya vuelvo, Negro. Vuelvo con ayuda. Aguanta, por favor" y, diciendo esto, marchó velozmente hacia el pueblo.

¿Sabéis cómo termina la historia? Pues Negro, a pesar de lo malherido, pudo curarse. Estuvo vendado y de reposo mucho tiempo en casa de Nicolás hasta que sus heridas cicatrizaron y recuperó la fuerza. La amistad y la adoración entre ellos se volvió infinita. Amor, agradecimiento, dedicación, cariño, juegos... todo eso compartían Negro y Nicolás.

Sólo una cosa no puedo recuperar Negro, su oreja izquierda, la que le arrancó el oso. La gente se le quedaba mirando cuando Nicolás lo sacaba de paseo por el pueblo. "Un cerdo con una sola oreja", decían, pero, cuando conocían la historia de la fidelidad de Negro y cómo defendió a Nicolás ante el ataque de un oso, le abrazaban y le llamaban "héroe". Entonces ellos se miraban, entendiéndose sin palabras, felices.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

©Paloma

PD: Por tantos cuentos, ojitodelanoche.

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domingo, 7 de febrero de 2010

De colores

Había una vez una niña que cada día era de un color. Se despertaba y era azul, entonces se miraba en las aguas del lago para encontrarse. O se levantaba  y era del color del cielo en la noche, se miraba en él y veía las estrellas. Una vez se despertó de color marrón y por eso se miraba en la tierra aquel día.  

Cuando despertó transparente, no supo dónde buscarse. Encontró  el espejo, se asomó a él y vio sucederse un infinito de espejos transparentes al final de los cuales una puerta se abrió para dejarla pasar al otro lado pero no se atrevió y se volvió de nuevo a su cama. Se sentía apenada por haber sido cobarde. 

Aquella mañana abrió los ojos con la inquietud de si la puerta de los espejos se abriría de nuevo, quizás no se repetiría la oportunidad... Su color volvía a ser transparente y acudió a mirarse en el reflejo del cristal. La puerta se abrió y un mundo lleno de colores se fue sucediendo a través de ella. Se volvía violeta al contemplar el atardecer, dorada al mediodía, verde al atravesar los bosques de milflores al pasear por el jardín. Fue recorriendo increíbles lugares cada uno con su color y, por un momento, le entró la duda de si encontraría la puerta por la que había entrado al otro lado del espejo... pero al final de todo, allí estaba. Salió muy despacito, agotada por el viaje y se acostó en su camita muy satisfecha.

La sorpresa llegó por la mañana al ver que su imagen le devolvía lunares y cuadros. ¿Dónde encontrarse? Buscó por toda la casa hasta llegar a un armario del desván del que sacó el vestido de lunares de cuando su madre era niña y se pudo mirar en él. Tenía una parte. Los cuadros, le faltaban los cuadros... Al fin en el comedor, las servilletas le dieron la solución (Menos mal que no había amanecido de Navidad si no habría tenido que pedirte las tuyas, susurró el Narrador... Las risas llenaron la estancia)

Fue así como la niña tuvo todos los colores y a partir de entonces la llamaron Camaleón... Despertó en aquel momento, recobrando la consciencia poco a poco del recuerdo de lo que había vivido, no sabiendo si era una niña que había soñado ser cielo, si la tierra había soñado ser niña... (o si un vestido de lunares soñó ser servilleta... de cuadros, comentó el público... Y las risas, interminables y cómplices, lo inundaron todo).

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domingo, 13 de diciembre de 2009

Cuento a medias -I- (Juego)

Inicio del juego: 2 de Agosto de 2009



rase que se eran un duende colgando de un árbol, una cabra que comía avena, un ciervo pasando de largo. La tarde era ya cerrada, la luna asomaba despacio, el frío cubriendo la tierra, el otoño llegaba acechando..."

-Son esos los personajes y condiciones en que se desarrollará el cuento, dijo la Niña observando despacio cada rostro, buscando su consentimiento. Sonrió. Un corro de seres diversos la rodeaba con oídos y mirada atentos. -A cada uno nos toca al menos un párrafo. ¿De acuerdo?


En el grupo de los duendes, los ojos vivarachos de Borlita, el más pequeño, echaban chispas y su rostro resplandecía de emoción pues era ésta la primera ocasión en que se le permitía participar del juego. Sin pensarlo dos veces, dio un par de volteretas convertido en diminuta bola verdeamarilla y se plantó en el centro del claro sonriendo abiertamente. Con voz nerviosa añadíó:

-El duende aterido de frío, le preguntó a la cabra si sabía de algún lugar cálido para resguardarse en la noche. La cabra le dijo que no, y siguió mascando su avena, indiferente.
Entre las mariposas más juguetonas, una de vívidos colores tornasolados se animó y propuso así seguir el relato:
-Como el frío iba en aumento, el pobre duende se desesperaba pensando dónde iría a guarecerse y con qué iría a abrigarse. Fue entonces que una grácil campanilla brindó su cálida corola como refugio improvisado y al rato, con sus más tiernas hojas, ofreció también cobijarlo.

-Se trataba de un duende pequeño y desconocedor de los peligros que el bosque entrañaba. Lo cierto es que se había alejado sin permiso de los ancianos aprovechando que dormitaban suspendidos de una vieja rama de un árbol viejo a la hora de la siesta. De todos es sabido que estos seres mágicos no pueden ni deben exponerse a la luz directa del sol si no desean perder sus poderes, puntualizó Arcoiris, la Maestra de Libélulas, que había tomado las riendas del relato.

La cabra, golosa, había permanecido observando toda la escena con el rabillo del ojo mientras continuaba mordisqueando la avena seca con aparente indiferencia. Un duende tiernecillo era un exquisito y nada desdeñable manjar que poder llevarse a la boca... Hmmmm... Se relamía con la sola idea.

Entretanto, un joven ciervo que pasaba por allí, tan sigilosamente como pudo, se acercó a la cabra, para una vez a su altura, arrancarla bruscamente de sus pensamientos sobre el duendecillo. Ésta, inicialmente, lo aceptó con una indiferencia impropia de una criatura terrenal, pero tras ver la suplicante mirada del ciervo, comprendió lo que necesitaba, asomó en su actitud un rayo de solidaridad, y dando un pasito a la derecha, le invitó a degustar parte de su adorada avena.


Una cabra y un ciervo comiendo de la misma avena, raro asunto. Aunque los dos sean herbívoros, la cabra es de naturaleza arisca y quisquillosa y el ciervo por su parte extremadamente asustadizo. ¿Cuál será la causa de este acercamiento no habitual? Extraños aires recorren el bosque a la caída de la noche, añadió Milpiés, acariciándose el mentón pensativo con media docena de manos.

El duende, abrigado por los pétalos de la flor, dormía plácidamente ajeno a lo que a su alrededor iba sucediendo.


Sinfín, el más inquieto de los duendes, enseguida quiso buscar alguna razón para justificar las cosas desacostumbradas que estaban sucediendo aquella noche, así que propuso:
-Debe ser la luna, que estaba particularmente mágica y soñadora, y con su encanto hacía que todos se sintieran más buenos y compartieran cobijo y comida! – sentenció.
Los demás duendecitos aprobaron la idea asintiendo con la cabeza.

Sin embargo, los árboles hicieron oscilar sus copas dubitativamente. Al ser mucho más altos que los demás habitantes del bosque poseían una visión distinta. El Gran Roble, mirando a los demás y buscando su aprobación, continuó el relato con voz leñosa y recia:

-Hacía tiempo ya que los pájaros anunciaban cambios. Hacía tiempo ya que no volaban tan alto. Hacía tiempo que las nubes eran más pequeñas. Hacía tiempo, mucho tiempo ya, en que los nidos no se renovaban en las ramas. Hacía tiempo que un gran silencio se iba adueñando del bosque. Hacía tiempo que los árboles se sentían inquietos, concluyó.

La Reina de las Hayas le miraba con una sonrisa de velado aprecio. Habían crecido juntos desde... nadie recordaba cuánto tiempo, y se comprendían sólo con mirarse. Algo se cernía sobre el bosque y sobre el pequeño duende que descansaba tranquilo, añadió.

Debido a todas estas circunstancias el Bosque Mágico estaba revuelto. Borlita dormitaba y sus colores verdeamarillos se mezclaban haciendo que se vieran azules. La grácil campanilla inclinaba su tallo debido al peso del duendecillo,que recostado entre sus pétalos parecía un angelito, y también a la preocupación.

El Gran Roble dijo con su voz hueca y profunda:
- Vamos a convocar una asamblea de animales y vegetales para hablar sobre estos últimos acontecimientos. Despertemos a nuestra Reina para que la presida.



Así se hizo y todos los animales y vegetales del bosque fueron convocados para considerar y debatir sobre qué era lo que producía aquellos desacostumbrados sucesos, inclusive el gran sopor del duendecillo que no conseguía despertarse del todo.

En un principio los árboles no lograron poner orden para comenzar la asamblea, pero apenas La Reina de las Hayas levantó su cetro en señal de atención, todos los animales y plantas, incluso los más chiquitos hicieron silencio y se dispusieron a debatir el tema.


Fue al terminar de bajarlo cuando se dio cuenta de que algo misterioso y realmente extraño sucedía. Un instante atrás el Bosque le devolvía las miradas expectantes de infinitud de ojos atentos a la señal de comienzo y ahora, un instante después, todos aquellos ojos mostrábanse ausentes, ajenos, como hipnotizados. Borlita, Milpiés, Sinfín, Arcoiris (la Maestra de Libélulas), la Niña... todos en El Bosque, todos excepto El Gran Roble y ella misma, La Reina de las Hayas. 


Se había iniciado con El Juego, el cuento contado a medias cada Noche de Plenilunio en el cual podía participar todo aquel que lo deseara siempre y cuando hubiera abandonado la infancia más tierna y demostrara poder colaborar en una empresa de equipo de esta naturaleza... El Juego había comenzado y los aires misteriosos que envolvían la narración habían traspasado las fronteras de la imaginación para inundar su Bosque Mágico... ¿Tanto poder tenían?, se preguntó consternada la Reina... ¿Qué hacer?, preguntó dirigiendo la mirada suplicante al Gran Roble...

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¿Te gustaría participar?
Házlo en un comentario y se agregará a la entrada.
¡¡Anímate!!
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  • Debemos de continuar en una secuencia lógica que mantenga el alma del relato.
  • Mínimo un párrafo, máximo tres.
  • A cada participante se le reconocerá por un color determinado de texto, siempre el mismo.

    • NO ES PRECISO SEGUIR NINGÚN ORDEN. CUANDO A CADA UNO LE SURGE ALGO, LO APORTA. 
  • "El Bosque Mágico de Paloma" se reserva el derecho de realizar los ajustes necesarios para que el cuento sea un todo único. Su color de texto será éste en que se leen las normas.
  • La fecha de la entrada será actualizada con cada nuevo aporte.
  • El título se pondrá cuando esté concluído el cuento.
  • Queda abierto el buzón de sugerencias..
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Participantes actuales: Paloma, Neogeminis, El Bosque, Elvis, Rosg.

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jueves, 9 de julio de 2009

La niña y el mendigo.


En un país tan cercano que no podías tocarlo con la mano, cuentan que vivió una niña muy parecida a las demás niñas, sólo que ésta gustaba de entretenerse en narrar sus pensamientos, sus aciertos y desventuras.

Era pobre y con espíritu avispado, pues si no difícilmente hubiera sobrevivido a tanta escasez. Era valiente y prudente, pues el valor sin prudencia se convierte en temeridad y deja de ser valioso. Era pequeña como fruto de arándano, ligera y saltarina como una ardilla. De menuda presencia y gran corazón, decían quienes la conocieron.

Le gustaba rodearse de seres especiales, como ella los llamaba, y aseguran quienes compartieron algunas lunas a su lado que así era. Parecía poseer un don para no sólo atraerlos sino mantenerlos próximos a su onda energética.

Entre todos ellos los que más apreciaba era aquellos que encontraban divertimento en mudar su estado de ánimo, pues ella -que era muy alegre y de sonrisa fácil- detestaba la monotonía y el aburrimiento, de modo que todo lo que fuera capaz de sacudirla, de mantenerla despierta y viva era su mejor regalo que agradecía justamente con la misma intensidad. Nada que se mantuviera próximo a ella podría aletargarse, dormirse, aburrirse.

Una mañana soleada la niña salió al camino de la vida dispuesta a recibir con una sonrisa las sorpresas que los dioses le hubiesen preparado durante la noche. No penseís que todas las mañanas le resultaban soleadas… ¡qué va! También las había nubladas, grisáceas y hasta ciertamente oscuras, pero -como esas las olvidaba muy pronto- apenas hablaba de ellas. Asi que yo os contaré una de sus mañanas soleadas…

Como iba diciendo, la niña salió de su casa muy temprano. Saludó y agradeció en silencio a ese viento fresco que cargaba la mañana de esperanza y caminó abierta a la vida. Ligeramente absorta en sus pensamientos, casi no se percata de que un mendigo descansaba su borrachera sobre el suelo, en la esquina con la Calle Veinticuatro. Mientras se acercaba a él, el mal olor que desprendía casi la hace cambiar de acera, y sujetándose el impulso se apróximo para ofrecerle una moneda con la que tomara un café. Después continúo muy satisfecha.

Ella es así de generosa habrían juzgado el resto de viandantes si hubieran tenido tiempo de pararse a presenciar la escena, pero nadie se dio cuenta y el acto sólo tomó consistencia conforme se repitió en varias ocasiones más.

En un principio la niña también se juzgó a sí misma como generosa pero con el pasar de los días se dio cuenta de que en su interior iba naciendo un reproche oscuro hacia el mendigo, pues éste en vez de agradecimiento ofrecía exigencia por la moneda y ella -en lugar de solidaridad- le regalaba deseos de dominio. Quería obligar al mendigo, al que ya consideraba esclavo suyo, a disponer del dinero exctamente como ella hubiera hecho, es decir, aprovechándolo para salir del oscuro pozo de la mendicidad.

Aunque cada día su camino era el mismo, no era así en realidad porque sus estados de ánimo eran diferentes, sus acompañantes también eran distintos, incluso las esquinas y las sorpresas que guardaban no eran las mismas. De modo que aquel viejo mendigo un día se cansó de sus reproches y símplemente renunció a la moneda cambiando de esquina.

La niña lo echó de menos pero pensó que el muy desagradecido sólo confirmaba con su desaparición su baja calidad como persona y consoló de esta manera su corazón, gobernado por la desidia de la dominaciòn.

Habrían de pasar algunas lunas para que ella comprendiera ciertos misterios de la vida, pero la sabiduría que se haya contenida en el cuenco de la eternidad rozó un día sus manitas pequeñas y aprendió algo nuevo y que, en definitiva, era lo que ella más apreciaba.

El mendigo que llevaba ya muchos litros de vino entre sus pliegues olvidaba con rapidez las calles frecuentadas con anterioridad así que una mañana vino a sentarse de nuevo en la esquina de la Calle Veinticuatro. Cuando la niña le vio, reconoció de inmediato su olor penetrante, sin embargo ya no le nació el impulso de cambiarse de acera. Se aproximó a él y le saludó muy animada. Miró sus ojos y los sintió tan cansados que apoyando la cabeza de él en su regazo le cantó dulcemente durante unos minutos… Después recogió su hatillo y continuó caminando sonriente. No pensaba en nada, ni juzgaba nada… simplemente caminaba.

En los días sucesivos, la niña pasaba puntual por la esquina, unas veces llevaba un mendrugo de pan a su amigo que sonreía satisfecho; otras, una manta envejecida con la que cubría su cuerpo que ronroneaba de agradecimiento y, en otras ocasiones, el regalo era una mirada limpia o una tierna caricia de sonrisas. Después partía sin llevarse nada, apenas un limpio recuerdo del momento.

El mendigo que lo olvidaba todo a causa del alcohol, nunca olvidó a la niña porque con ella aprendió y a la vez enseñó que el ofrecimiento de calor para su alma no llevaba adherido el precio del cambio por su parte, ni tampoco la exigencia en su derecho de mendigo.

La niña también entendió que lo más importante es observar qué necesita el otro y dárselo sin pretender ni esperar nada.

Y es que en el camino de la vida tomos somos diferentes pero todos nos convertimos en iguales cuando intercambiamos el calor de nuestras manos, la incertidumbre de nuestras almas y el miedo de nuestros corazones.




©Finwë Anárion
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domingo, 19 de abril de 2009

El árbol con deseos de conocer el mundo

Un cuento regalado de viva voz



-"Venga, dáme tres palabras", dice él.
-"Mmmm... árbol... fresa... silla", responde ella.



Había una vez un árbol aún muy jovencito, apenas 100 años contaba en su haber, (dice el Narrador con ojos picarones esperando su reacción y la Niña ríe gratamente sorprendida) y no se encontraba muy satisfecho con el lugar en el que le había tocado vivir.


Como iba a celebrarse el Consejo Anual de los Árboles, pensó en solicitar al más anciano de ellos, su Presidente, que le diera permiso para repartir sus hojas por el mundo y conocer otros lugares a través de ellas. Los árboles intercambiaban sus hojas unos y otros y por ese medio se comunicaban.

Como lo pensó, lo hizo y, de manera sorpresiva, el Árbol-Más-Anciano le permitió emprender tal aventura no sin antes haberle impuesto la condición de que debería reservarse tantas hojas como le fueran imprescindibles para vivir, a lo cual se comprometió.

Así fue cómo, al ser convocado el Viento para colaborar en tal empresa, éste comenzó a soplar y soplar hacia el Norte fuerte, muy fuerte, arrastrando con él numerosas hojas de la copa frondosa que lucía el inquieto y joven árbol con deseos de conocer el mundo.


Viajaron durante un largo tiempo sobrevolando tierras y mares hasta llegar a una tierra blanca y fría que parecía de cristal y en la que habitaban pingüinos vestidos de etiqueta, focas con largos bigotes y osos, zorros, liebres... blancos como la nieve. El Polo Norte.


Allí no había árboles así que las hojas se dejaron caer en los icebergs que el mar arrastraba para regresar al Bogque y contar todo lo que habían visto en su viaje.


Viento comenzó de nuevo a soplar, esta vez hacia las cálidas Tierras del Sur. Y sopló y sopló fuerte, muy fuerte, arrastrando con él numerosas hojas de la copa frondosa que lucía el inquieto y joven árbol con deseos de conocer el mundo.


Viajaron durante un largo tiempo sobrevolando tierras y mares hasta llegar a una territorio seco y dorado, repleto de dunas y con muy escasa vegetación, en el que camellos y dromedarios cargados de mercancías marchaban en hileras sinuosas marcando sus huellas en la abrasadora superficie de arena. El Desierto.


Volaron hasta los oasis en los que encontraron otros árboles muy diferentes, de nombre palmeras, con elevados troncos y ramas cargadas de hojas agolpadas en lo alto que parecían un penacho. A ellas les contaron todo lo que habían visto en su viaje para que se encargaran de hacerlo llegar al Bogque.

Una vez cumplida esta etapa, Viento sopló y sopló fuerte, muy fuerte, hacia el Este arrastrando con él numerosas hojas de la ya no tan frondosa copa que lucía el inquieto y joven árbol con deseos de conocer el mundo.

Viajaron durante un largo tiempo sobrevolando tierras y mares hasta llegar a una tierra exótica de nombre Chi-Pón ( -"Chin-pón?", dice la Niña. -"Chi-Pón, mezcla de China y Japón", aclara entre risas el Narrador. -"Ahhh, y tenían un ojo rasgado hacia arriba y el otro hacia abajo", respondió riendo ésta) en la que sus habitantes cultivaban y comían deliciosas fresas.

Las hojas del joven árbol contaron a sus congéneres de Chi-Pón todo lo que habían visto y aquellos fueron transmitiéndolo de árbol a árbol recorriendo la distancia que les separaba del Bogque, dijo de nuevo el Narrador.

Viento se dispuso a iniciar la tarea que concluiría la encomienda. Sopló y sopló fuerte, muy fuerte, hacia el Oeste arrastrando con él la mayor parte de las hojas que quedaban en el árbol, dejándole apenas unas pocas, las mínimas que necesitaba para vivir como le había hecho prometer el Más-Anciano al Joven inquieto con deseos de conocer el mundo.

Viajaron sobre el mar durante muchos días gracias al impulso de Viento hasta llegar a nuevas tierras en las que hallaron unos extraños humanos que llevaban cada uno una silla a la espalda pues habían nacido cansados (regocijo y sorpresa en la risa de la Niña, ríe satisfecho el Narrador). Aquellos hombres daban unos pocos pasos y se sentaban en las sillas que llevaban detrás como si de un caparazón se tratara y charlaban y jugaban a lo que les apetecía.

Algunas de las hojas hablaron con los árboles y otras fueron trasladadas por una ráfaga repentina hasta un barco que cruzaba el mar en dirección al Bogque ( -"El Bogque", repitió la Niña, picaruela, con ese tonillo que a él le gusta... ).

Llegaba caminando la Niña hasta el Árbol Joven. Ella lo había plantado. Sí, también era pequeña, sólo tenía 200 años (riendo ambos con regocijo la idea del Narrador). Venía a visitarlo a menudo y se entendían en el silencio. Se abrazaba a él, rodeando con sus brazos el rugoso tronco, y se transmitían todo lo que les sucedía sin pronunciar palabra.



Así fue cómo la Niña supo todo cuanto en este cuento te he contado.

Y colorín, colorado...

©Finwë Anárion
Con la colaboración de Paloma.

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jueves, 16 de abril de 2009

La niña que llovió

Un cuento regalado de viva voz

Había una vez una niña muy pequeñita, tan pequeñita que nació dentro de una gota de agua. La gota cayó en una hoja y la hoja la acunaba. Las flores que tenía alrededor la miraban extrañadas, preguntándose qué era aquel ser tan diminuto, pero poco a poco fue creciendo y supieron que se trataba de una niña. La niña les preguntaba si sabían quién era y de dónde venía pero todos lo ignoraban.

Un día, andaba la niña por el bogque paseando cuando encontró la cabaña de un mago y allí se dirigió por ver si aquel tenía la respuesta que buscaba.


Llamó a la puerta... toc... toc... Y una voz desde dentro dijo: "Pasa, niña".

"Oh", pensó, "verdaderamente se trata de un mago, ¡ha sabido que yo era una niña!" Y muy contenta entró en la cabaña.

Allí el mago excudriñó en su bola de cristal un buen rato. Después se dirigió hasta el caldero mágico que cocía en el fuego. Realizó sobre él unos pases extraños con las manos mientras pronunciaba palabras mágicas... "Cataplínnnnn"... "Cataplónnnnnn"

La miró y le dijo: "Niña, tú vivías arriba, en el País del Cielo, y cuando ibas a nacer, sucedió que llovió muy fuerte, muy fuerte y en una de las gotas de lluvia llegaste a la Tierra".

"Y ¿cómo podré volver? La lluvia no cae hacia arriba", respondió la niña con carita compungida.

"Mmmmmmm"... pensó el mago durante un largo rato y de pronto dijo con expresión de júbilo: "¡Ya sé! Daremos la vuelta al mundo. La Tierra quedará arriba y el Cielo abajo, entonces lloverá de la Tierra al Cielo y podrás regresar."

Las palabras mágicas sonaron de nuevo y los pases se volvieron a realizar y de pronto, ¡zas!, ¡el mundo estaba al revés! Comenzó a llover y la niña que, aunque había crecido un poco, era aún muy pequeñita se abrazó a la lluvia para regresar a su casa.

En el Cielo estaban muy sorprendidos de que lloviera hacia arriba y más cuando vieron que la lluvia traía consigo a una niña que resultó ser la hija de los Reyes, los cuales fueron muy felices al recuperar a su hijita perdida por la que habían llorado mucho.

Una vez la niña en casa, el mago volvió a lanzar su magia para dejar el mundo en orden, ¡zas!, ¡el mundo al derecho de nuevo!

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado...

©Finwë Anárion
Con la colaboración de Paloma
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domingo, 11 de enero de 2009

Alma de cántaro

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Como Brujilla Blanca Autodidacta no tengo precio, confundo las pociones y brebajes por más que no los quiera mezclar. Procuro ser ordenada, aunque no sé si es necesario que las brujas lo sean, y voy colocando todo alfabéticamente, como en la botica. Primero la A, después la B.... y así hasta la Z, que es la poción más dificultosa de realizar. Y, a pesar de todo ello, acabo confundiendo la de "El milagro de un nuevo amor como el primero pero veinte años después" con la que dice "Estoy muy a gusto pero estás lejos" con sus títulos preciosamente caligrafiados en caracteres mágicos.

Y las confundo porque comienzan con la misma letra y se pronuncian con la misma voz pero cada una tiene su momento, según el momento, claro. ¡Ah, sí! ¿No lo he dicho? Mis pócimas hablan entre ellas y me hablan a mí y tienen vida propia. Si la primera ("El milagro...") está actuando, se abre solito el tarro de la segunda para tirar a aquella por tierra y deshacer el encantamiento.. Y, cuando el embrujo de la segunda ("Estoy muy...") está siendo demasiado fuerte, algunas gotas de la primera salpican adrede para anular ese efecto y hacerme un lío... Bufff...

En el interior del bosque susurran las voces de los árboles...
"Ssssiiiii... sssiii..." dicen las hojas encantadas del roble... "¡Es la primera, la primera, la que comienza por E es la verdadera! "

Jajajajaja.... Ríen alborotadas las de las hayas... "Nnnnnooooo... nnnoooo... ¡La segunda, la segunda, la que comienza por E es la verdadera!"

Vaya ayuda que tengo, ¿eh? Vamos, que soy más bien un alma de cántaro al mandato de mis pociones. Y aún no he contado nada sobre los líos que organizo con el Caldero Mágico. Como el otro día que me tropecé con él mientras se cocían a fuego lento en su interior Sueños Insensatos e Imposibles y se desparramaron por los suelos mezclándose con los tarros de Sueños de Ingenuidad e Ilusiones... Casualidad, también comienzan por la misma inicial.... snifff...

No creo que la "Asociación De Brujitas Blancas Del Bosque" me conceda este año tampoco Las Alas De Primer Nivel.

¡Menuda bruja del tres al cuarto que estoy hecha!

©Paloma

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domingo, 16 de noviembre de 2008

Me iré a la cama temprano


Me iré a la cama temprano.

Atraparé pa' mi sueño
un lucero enamorado
un cantor de estrellas niñas
un cuenterillo abnegado

Atraparé soles, lunas
enanas rojas y duendes
increíbles nebulosas
y mil cien amaneceres

Atraparé todo un canto
de alegrías inusuales
de risas de mil matices
de paseos otoñales

Atraparé de las crines
a mi unicornio dorado
que me lleve suave, al trote
por parajes no narrados

Atraparé, y va en serio,
y pondré a buen recaudo
las sonrisas luminosas
de muñecotes de barro

que me miren y se rían
y lo hagan sin empacho
hasta lograr contagiarme
en los ojillos su rastro

Atraparé, ¿ya lo he dicho?
tu mirada y nuestro abrazo
las hojas que caen silentes
el agua que va despacio

la tarde que se desliza
el sol que vuelve cansado
la luna menuda y quieta
plata y oro en su halo

Atraparé tanto y tanto
tanta magia y cuentos blancos
que mi noche estará plena
Me iré a la cama temprano

©Paloma

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martes, 4 de noviembre de 2008

El cuaderno de hojas secas (y IV)

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Los cuentos están hechos para los días grises, nublados, lluviosos. Para las noches frías, bajo la manta o al calor del fuego. Acércate, quédate sentadito a mi vera, niño del corazón triste, apoya tu cabeza en mi regazo, cierra los ojos...


Para Finwë Anárion


Sus ojos eran una súplica y una orden al tiempo. Yo sentí que no era él quien me lo pedía sino el Mundo mismo y hasta me pareció que éste paraba para escuchar mi respuesta.

-Sí, sí, le dije sin abandonar su mirada a la cual me mantenía sujeta, hipnotizada. ¿Qué he de hacer?

El hombrecillo verde me cogió de nuevo en volandas, arrastrándome a lo alto del cerro. Y sin soltarme la mano, levantándola en alto, habló en un lenguaje que yo no comprendía. Un lenguaje sin sonido pero vibrante. Y la vibración de su voz, inaudible para mí pero que conmovía profundamente, fue extendiéndose en ondas, inundando el paisaje, atravesando montañas, árboles, casas.... cabalgando en el aire y llegando al corazón de todas las criaturas y seres que habitaban la región y que fueron respondiendo del mismo modo mientras se acercaban hasta donde nos encontrábamos.

Tenía la sensación de que todo giraba, incluso yo. Me sentí elevada del suelo, siempre agarrada de su mano, y, aún con los ojos cerrados, percibía que el día brillaba más que nunca y que lucía con un esplendor sin igual, que traspasaba de luz toda materia, volviéndola etérea.

Cuando las oleadas fueron perdiendo intensidad abrí los ojos y me vi rodeada de una miríada de criaturas de todos los Reinos de la Creación, representantes de todos y cada uno de los seres vivos (los del Aire y los de la Tierra, los del Agua y los del Fuego; de los más grandes a los más pequeños), que habían respondido a la llamada de Fastolph Overhill, el enano, y que esperaban respetuosos sus indicaciones.

Habló de nuevo su mágico lenguaje y todos a una entonaron un cántico nuevo que manaba transformado en luz y que comenzó a descender ladera abajo desde lo alto del cerro hasta encontrarse con todo aquello que, en la explanada, no cumplía con el equilibrio natural. Las notas de la antigua lengua, pronunciada por tan distintas gargantas, fueron rodeando aquellos vestigios olvidados por el ser humano inconsciente, penetrando y deshaciendo su sustancia, desintegrándola, permitiendo nacer de ellos la Vida.

Cantaban aquellas voces mirando hacia adentro, manteniendo el ritmo y la intensidad constantes hasta que, en un momento dado, Fastolph, con un gesto de su mano, dio la orden de terminar. Poco a poco fuimos saliendo del encantamiento en que participamos, incluída yo sin conocer aquel lenguaje. Volvieron nuestros sentidos a percibir, siendo conscientes de nuevo del lugar en que nos encontrábamos. Y, al abrir los ojos, un esplendoroso paisaje se nos ofreció a la vista. La Vida, con nuestra ayuda, había logrado restaurar el orden perdido.

Las criaturas se mostraron alborozadas y mucho más mi querido enano al cual ya no tenía miedo porque comprendía la labor que realizaba. Cantaron, bailaron y poco a poco fueron retornando transportados en el aire a los lugares de que provenían, todos en orden según el Reino al que pertenecieran.

-Ven, niña. Me habló Fastolph. Y tomándome nuevamente de la mano tiró de mí y me acercó a su altura. Me miró agradecido y cariñoso. Después sacó de su bolsillo aquel cuaderno de hojas secas donde escribía el día que lo conocí y me lo entregó, indicándome que lo abriera. En las hojas había unas palabras escritas con tinta mágica de hadas. Nindë Númenessë. Le miré sin comprender.

-Aquel día que me encontraste, sentado bajo la higuera escribiendo en este cuaderno, creyendo que no te veía, yo te esperaba. Y claro que vi la cestita de higos a mi lado, me guiña un ojo. Llevaba tiempo llamándote en el lenguaje mágico. Yo te atraje hasta aquí. Y en prueba de ello anoté tu nombre élfico, Nindë, porque sólo tu corazón limpio me faltaba para lograr recomponer el equilibrio de este lugar.

Sus ojos me miraban dulces. Me pareció conocerle de siempre y su imagen comenzó a tomar forma en mis recuerdos más antiguos. El siempre había estado conmigo. Fui yo la que por un tiempo le olvidó y, cuando regresé, no lo recordaba como era. Mi enano, que creí de piedra, Fastolph Overhill of Rushy, era mi protector y el que salvaguardaba el Antiguo Conocimiento en mí.

-Hoy es el día en que que las Hadas de las Estaciones, Amarië Ancalímon, se darán por satisfechas de mi labor. El Hada Otoño, Aredhel Fëfalas, que te conoce, llegará pronto. Mira, aquí viene.

Se acerca volando un ave de gran envergadura, batiendo las alas con amplitud. Su color gris plata. Negras las plumas remeras y el copete de la cabeza. Largas patas de zancuda y un cuello esbelto e interminable. Se posa a nuestro lado moviendo el aire y nuestros vestidos. Redondos sus ojos y el pico largo y amarillo. Habla con una voz delicada que no se sabe muy bien de dónde proviene:

-Fastolph Overhill, amigo mío, trajiste a Nindë, en una exclamación mezcla de satisfacción y alivio.

Yo, con los ojos bajos, no me atrevo a mirar, me impresiona ver tan de cerca a la garza que busco encontrar cada día y descubrir que no me teme y que habla de nuevo con voz cristalina:

-Soy yo, Nindë, dice en respuesta a mi temor. Soy yo quien te hace buscarme para que la magia viva en ti, para que no pierdas el verdadero conocimiento de lo que somos y a dónde pertenecemos.

Las voces se van haciendo más y más lejanas, se van perdiendo en el subconsciente y yo despierto bajo el sol, tumbada sobre un mullido colchón de hojas secas. Rememoro lo que acabo de vivir sin acabar de comprender. Un poco desilusionada, pienso:

¿Entonces sólo era un sueño?

No, no, no... No puede ser.

Y me levanto en busca de mi querido Fastolph, que seguro está como siempre a la entrada de casa. Él me cuida.



-FIN-

©Paloma

N. de la A. Esta historia nació a raiz de haber desaparecido un enanito de piedra que guardaba el camino de la casa en El Turrutal, un terreno en el monte. Por eso espero sepáis disculpar que finalmente uno de los personajes del mismo sea yo.

Me hubiera gustado que alguien me contara un cuento así sobre mí.

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