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martes, 11 de diciembre de 2007

El bosque juega




¿Sabes? Esta noche, durante el sueño, he escuchado algo. Un arañazo suave, desorientado, que rozaba en la contraventana como cuando una escoba de enea barre el patio de mi abuela, como cuando se pisan poco a poco las hojas secas del bosque de otoño. Era un sonido esparcido, un chasquido leve.

Arropada en el calor de mi edredón, he entreabierto los ojos, parándome a escuchar. No estaba segura de que lo que oía fuera real o parte de algún sueño del que acababa de volver y ya no recordaba. Atenta, agudizo el oído aún sin variar mi posición, esforzándome en comprender de qué se trata...


Mi casa está en el bosque, en el centro del bosque. Es una casita de madera. Apenas se compone de una sola estancia pero es suficiente para mí porque la mayor parte del día la paso en él. Yo pertenezco a este bosque, soy uno más de sus habitantes. Llegué aquí no sé muy bien cómo -porque era pequeñita como un granito de arroz o incluso más... ¡como uno de mijo!-. Quizá un pájaro me trajo en su pico, quizá la brisa me sopló, suave, mientras dormitaba en una flor. Es un misterio el de mi llegada pero, una vez aquí, pertenezco a este bosque, soy de este bosque.

Vuelvo al calor de mi cama y escucho de nuevo...

Hablan las hojas en la espesura. Conozco su lenguaje. El viento de la noche, no demasiado fuerte, juega con ellas, alborotándolas. Y ellas ponen carita de quejarse y lo hacen con un frufrú apagado. El viento las acaba de despertar, pero están contentas. Son incansables. Les encanta, sea la hora que sea, jugar y parlotear. Viento lo sabe y viene hasta ellas, dulce y cariñoso, y así se siente acompañado. Es duro vagar por los aires sin meta, rodar y rodar por el mundo, ver todas las cosas bellas, admirarlas, amarlas y no poder quedarse ni echar raíces nunca. Por eso disfruta con los árboles. Se agarra a ellos, los zarandea en un fuerte abrazo y, por un instante, se encuentra anclado y ya no se siente tan solo.

De nuevo el roce ahí afuera. No estoy asustada. Algo en él me resulta familiar. Me giro para observar la ventana, bien tapadita y aún al calor. Apenas se filtra un haz de luna, blanquecino, y las luces y sombras de las copas de los árboles perseguidas por el viento llenan la estancia. Distingo una voz, una voz leñosa y pausada que me habla: "¿Vienes a jugar?"

¡Es mi roble! Mi hermoso roble que me da cobijo, que me proteje, que me cuida y me acompaña siempre, siempre. Agachado, doblado sobre su tronco, se ha acercado a mi ventana para invitarme a salir en esta noche de luna y de viento suave.

Perezosa... Me estiro en mi cama. Me la hicieron los duendes con una ramita de mi árbol. Mi cama y mi casa, todo está en él. Jugueteo con los dedos de los pies mientras pienso qué haré. ¡Se está tan a gusto recogidita bajo el edredón! Insiste la voz: "Pequeña, vamos, queremos jugar contigo"...

¡Está bien! Cierro los ojos, me estiro con fuerza y sin querer pensar, para que no me pueda la pereza, me levanto de un brinco y aterrizo en el suelo al pie de la ventana. Pruebo a estirar mis alas. La derecha está un poco entumecida. Las ejercito aleteando despacio. Una vez, otra, otra más... Siiii... Ya puedo salir. Me asomo a la puerta. Amable, una rama del viejo roble está esperándome para trasladarme al lugar de juego. Esa rama que sonaba como un arañazo, suave, desorientado, que rozaba en la contraventana como cuando una escoba de enea barre el patio de mi abuela, como cuando se pisan poco a poco las hojas secas del bosque de otoño y cuyo sonido, como esparcido, sólo era un chasquido leve.

Tengo que ir con mi bosque. Me poso sobre ella y, apenas un instante después, me encuentro inmersa en él. Sólo se oye el silbido del viento, el frufrú de las hojas, la voz leñosa de los troncos y el batir de unas alas pequeñas, de un hada muy pequeña, tan pequeña como un granito de arroz o más aún... ¡como uno de mijo!

El bosque juega.

©Paloma


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http://es.youtube.com/watch?v=J6IBjh86-HY

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Aunque no sé contar cuentos, en ocasiones mi hada me toca con su varita, rocía sobre mí una pizquita del mágico polvo de hadas y, gracias a su encantamiento, soy capaz de contar en un breve relato aquello que de su mundo me muestra.

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