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domingo, 19 de abril de 2009

El árbol con deseos de conocer el mundo

Un cuento regalado de viva voz



-"Venga, dáme tres palabras", dice él.
-"Mmmm... árbol... fresa... silla", responde ella.



Había una vez un árbol aún muy jovencito, apenas 100 años contaba en su haber, (dice el Narrador con ojos picarones esperando su reacción y la Niña ríe gratamente sorprendida) y no se encontraba muy satisfecho con el lugar en el que le había tocado vivir.


Como iba a celebrarse el Consejo Anual de los Árboles, pensó en solicitar al más anciano de ellos, su Presidente, que le diera permiso para repartir sus hojas por el mundo y conocer otros lugares a través de ellas. Los árboles intercambiaban sus hojas unos y otros y por ese medio se comunicaban.

Como lo pensó, lo hizo y, de manera sorpresiva, el Árbol-Más-Anciano le permitió emprender tal aventura no sin antes haberle impuesto la condición de que debería reservarse tantas hojas como le fueran imprescindibles para vivir, a lo cual se comprometió.

Así fue cómo, al ser convocado el Viento para colaborar en tal empresa, éste comenzó a soplar y soplar hacia el Norte fuerte, muy fuerte, arrastrando con él numerosas hojas de la copa frondosa que lucía el inquieto y joven árbol con deseos de conocer el mundo.


Viajaron durante un largo tiempo sobrevolando tierras y mares hasta llegar a una tierra blanca y fría que parecía de cristal y en la que habitaban pingüinos vestidos de etiqueta, focas con largos bigotes y osos, zorros, liebres... blancos como la nieve. El Polo Norte.


Allí no había árboles así que las hojas se dejaron caer en los icebergs que el mar arrastraba para regresar al Bogque y contar todo lo que habían visto en su viaje.


Viento comenzó de nuevo a soplar, esta vez hacia las cálidas Tierras del Sur. Y sopló y sopló fuerte, muy fuerte, arrastrando con él numerosas hojas de la copa frondosa que lucía el inquieto y joven árbol con deseos de conocer el mundo.


Viajaron durante un largo tiempo sobrevolando tierras y mares hasta llegar a una territorio seco y dorado, repleto de dunas y con muy escasa vegetación, en el que camellos y dromedarios cargados de mercancías marchaban en hileras sinuosas marcando sus huellas en la abrasadora superficie de arena. El Desierto.


Volaron hasta los oasis en los que encontraron otros árboles muy diferentes, de nombre palmeras, con elevados troncos y ramas cargadas de hojas agolpadas en lo alto que parecían un penacho. A ellas les contaron todo lo que habían visto en su viaje para que se encargaran de hacerlo llegar al Bogque.

Una vez cumplida esta etapa, Viento sopló y sopló fuerte, muy fuerte, hacia el Este arrastrando con él numerosas hojas de la ya no tan frondosa copa que lucía el inquieto y joven árbol con deseos de conocer el mundo.

Viajaron durante un largo tiempo sobrevolando tierras y mares hasta llegar a una tierra exótica de nombre Chi-Pón ( -"Chin-pón?", dice la Niña. -"Chi-Pón, mezcla de China y Japón", aclara entre risas el Narrador. -"Ahhh, y tenían un ojo rasgado hacia arriba y el otro hacia abajo", respondió riendo ésta) en la que sus habitantes cultivaban y comían deliciosas fresas.

Las hojas del joven árbol contaron a sus congéneres de Chi-Pón todo lo que habían visto y aquellos fueron transmitiéndolo de árbol a árbol recorriendo la distancia que les separaba del Bogque, dijo de nuevo el Narrador.

Viento se dispuso a iniciar la tarea que concluiría la encomienda. Sopló y sopló fuerte, muy fuerte, hacia el Oeste arrastrando con él la mayor parte de las hojas que quedaban en el árbol, dejándole apenas unas pocas, las mínimas que necesitaba para vivir como le había hecho prometer el Más-Anciano al Joven inquieto con deseos de conocer el mundo.

Viajaron sobre el mar durante muchos días gracias al impulso de Viento hasta llegar a nuevas tierras en las que hallaron unos extraños humanos que llevaban cada uno una silla a la espalda pues habían nacido cansados (regocijo y sorpresa en la risa de la Niña, ríe satisfecho el Narrador). Aquellos hombres daban unos pocos pasos y se sentaban en las sillas que llevaban detrás como si de un caparazón se tratara y charlaban y jugaban a lo que les apetecía.

Algunas de las hojas hablaron con los árboles y otras fueron trasladadas por una ráfaga repentina hasta un barco que cruzaba el mar en dirección al Bogque ( -"El Bogque", repitió la Niña, picaruela, con ese tonillo que a él le gusta... ).

Llegaba caminando la Niña hasta el Árbol Joven. Ella lo había plantado. Sí, también era pequeña, sólo tenía 200 años (riendo ambos con regocijo la idea del Narrador). Venía a visitarlo a menudo y se entendían en el silencio. Se abrazaba a él, rodeando con sus brazos el rugoso tronco, y se transmitían todo lo que les sucedía sin pronunciar palabra.



Así fue cómo la Niña supo todo cuanto en este cuento te he contado.

Y colorín, colorado...

©Finwë Anárion
Con la colaboración de Paloma.

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jueves, 16 de abril de 2009

La niña que llovió

Un cuento regalado de viva voz

Había una vez una niña muy pequeñita, tan pequeñita que nació dentro de una gota de agua. La gota cayó en una hoja y la hoja la acunaba. Las flores que tenía alrededor la miraban extrañadas, preguntándose qué era aquel ser tan diminuto, pero poco a poco fue creciendo y supieron que se trataba de una niña. La niña les preguntaba si sabían quién era y de dónde venía pero todos lo ignoraban.

Un día, andaba la niña por el bogque paseando cuando encontró la cabaña de un mago y allí se dirigió por ver si aquel tenía la respuesta que buscaba.


Llamó a la puerta... toc... toc... Y una voz desde dentro dijo: "Pasa, niña".

"Oh", pensó, "verdaderamente se trata de un mago, ¡ha sabido que yo era una niña!" Y muy contenta entró en la cabaña.

Allí el mago excudriñó en su bola de cristal un buen rato. Después se dirigió hasta el caldero mágico que cocía en el fuego. Realizó sobre él unos pases extraños con las manos mientras pronunciaba palabras mágicas... "Cataplínnnnn"... "Cataplónnnnnn"

La miró y le dijo: "Niña, tú vivías arriba, en el País del Cielo, y cuando ibas a nacer, sucedió que llovió muy fuerte, muy fuerte y en una de las gotas de lluvia llegaste a la Tierra".

"Y ¿cómo podré volver? La lluvia no cae hacia arriba", respondió la niña con carita compungida.

"Mmmmmmm"... pensó el mago durante un largo rato y de pronto dijo con expresión de júbilo: "¡Ya sé! Daremos la vuelta al mundo. La Tierra quedará arriba y el Cielo abajo, entonces lloverá de la Tierra al Cielo y podrás regresar."

Las palabras mágicas sonaron de nuevo y los pases se volvieron a realizar y de pronto, ¡zas!, ¡el mundo estaba al revés! Comenzó a llover y la niña que, aunque había crecido un poco, era aún muy pequeñita se abrazó a la lluvia para regresar a su casa.

En el Cielo estaban muy sorprendidos de que lloviera hacia arriba y más cuando vieron que la lluvia traía consigo a una niña que resultó ser la hija de los Reyes, los cuales fueron muy felices al recuperar a su hijita perdida por la que habían llorado mucho.

Una vez la niña en casa, el mago volvió a lanzar su magia para dejar el mundo en orden, ¡zas!, ¡el mundo al derecho de nuevo!

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado...

©Finwë Anárion
Con la colaboración de Paloma
Safe Creative #0904203097693

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