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sábado, 24 de abril de 2010

Historia del cerdito con una sola oreja

Fotografía de ojodelanoche

Es un cerdito valiente.

Un día, como muchos otros, salió de la cochiquera para buscar bellotas por entre las encinas. Sísísí, tenía libertad para entrar y salir porque su amo y él se respetaban, se querían y confiaban el uno en el otro. La amistad más que costumbre que les unía se remontaba a los tiempos en que el joven era aún un niño y Negro, el cerdo, empezaba a ser adulto.

Como un perrillo faldero acompañaba a su amo en todas sus correrías. No se subía a los árboles porque los cerdos no poseen dicha capacidad pero esperaba paciente hociqueando en las raíces hasta que el mozo daba fin a su aventura entre las ramas y entonces corrían, corrían por la dehesa jugando a caballeros andantes que rescataban damas y conquistaban reinos. Quijote, el niño; Sancho, el Negro.

Aquel día como tantos otros salió de la cochiquera para buscar bellotas por entre las encinas, se detuvo en la puerta de la cabaña, emitió media docena de gruñidos llamando a su amigo pero éste no respondió y Negro decidió esperarle en el campo.

El sol asomaba ya por sobre los riscos y sus rayos juguetones le hacían guiños invitándole a perseguirlos. Sus cuatro cortas pero fuertes patas comenzaron un trote feliz y nuevo, lleno de vida que despierta, de fuerza de la sangre corriendo por las venas, de aire que penetra los pulmones vivificando. Así se sentía Negro. Gruñía feliz intentando atrapar el sol.

Se había convertido en un espléndido ejemplar, de cara grande y orejas caídas sobre los ojos típicas de su raza. Su cuerpo fornido, de piel negra poblada de pelo, que terminaba en una cola enrollada en espiral. Correteaba juguetón hozando aquí y allá, cuando de pronto unos gritos le sobresaltaron. Se paró en seco, aquella voz le resultaba familiar. Por supuesto, era su amo Nicolás que gritaba apurado, parecía en peligro.



Sin perder un instante, sin dudarlo, salió Negro disparado dirigiéndose hacia la voz y al cabo de poco encontró a su dueño encaramado a un árbol mientras en su base un oso salvaje y hambriento intentando alcanzarle.

Negro supo muy bien lo que tenía que hacer. Arañó con fuerza la tierra, hincando sus pezuñas, y gruñendo feroz embistió. Se enzarzaron en una lucha brutal, uno por el alimento, otro por el amigo. La lucha era desigual por el tamaño del oso pues su envergadura duplicaba la de Negro. Sus garras y dientes se clavaban en el cuerpo del cerdo infiriéndole graves heridas pero éste sólo pensaba en alejar de allí a aquel monstruo así que mordía con fiereza las patas del oso.

El niño, que contemplaba la escena que se desarrollaba a sus pies, lloraba diciendo: "¡Ay, Negro, mi Negro, que te va a matar!" Y a Negro ese llanto le daba más ánimo para seguir hundiendo sus dientes en las carnes del enemigo. Por fin, un mordisco se dirigió a la cabeza del cerdo. Tan fuerte fue que le abrió la carne dejando el cráneo al descubierto y le arrancó una oreja pero Negro no sentía dolor alguno, sólo pensaba en defender a Nicolás. Gruñían con rabia ambos contendientes mientras, con un palo, azuzaba Nicolás al oso dándole fuertes golpes.

El oso, agobiado por el ataque a dos bandas, con las patas en carne viva y con la oreja de Negro bien agarrada entre sus fauces, se dio por satisfecho y prefirió huir. Le costó deshacerse de los dientes de Negro pero finalmente corrió, también ensangrentado, hacia su guarida.

Entonces Negro se desplomó. La pelea le había ocasionado grandes estragos en el cuerpo. Herido de gravedad, ya no se sostenía. Bajó Nicolás del árbol llorando por su Negro. Lo abrazó con fuerza tapando con sus manos las heridas para que la vida no se le escapara pero así nada podía hacer, debía traer al veterinario. Se despidió de Negro. "Ya vuelvo, Negro. Vuelvo con ayuda. Aguanta, por favor" y, diciendo esto, marchó velozmente hacia el pueblo.

¿Sabéis cómo termina la historia? Pues Negro, a pesar de lo malherido, pudo curarse. Estuvo vendado y de reposo mucho tiempo en casa de Nicolás hasta que sus heridas cicatrizaron y recuperó la fuerza. La amistad y la adoración entre ellos se volvió infinita. Amor, agradecimiento, dedicación, cariño, juegos... todo eso compartían Negro y Nicolás.

Sólo una cosa no puedo recuperar Negro, su oreja izquierda, la que le arrancó el oso. La gente se le quedaba mirando cuando Nicolás lo sacaba de paseo por el pueblo. "Un cerdo con una sola oreja", decían, pero, cuando conocían la historia de la fidelidad de Negro y cómo defendió a Nicolás ante el ataque de un oso, le abrazaban y le llamaban "héroe". Entonces ellos se miraban, entendiéndose sin palabras, felices.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

©Paloma

PD: Por tantos cuentos, ojitodelanoche.

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domingo, 7 de febrero de 2010

De colores

Había una vez una niña que cada día era de un color. Se despertaba y era azul, entonces se miraba en las aguas del lago para encontrarse. O se levantaba  y era del color del cielo en la noche, se miraba en él y veía las estrellas. Una vez se despertó de color marrón y por eso se miraba en la tierra aquel día.  

Cuando despertó transparente, no supo dónde buscarse. Encontró  el espejo, se asomó a él y vio sucederse un infinito de espejos transparentes al final de los cuales una puerta se abrió para dejarla pasar al otro lado pero no se atrevió y se volvió de nuevo a su cama. Se sentía apenada por haber sido cobarde. 

Aquella mañana abrió los ojos con la inquietud de si la puerta de los espejos se abriría de nuevo, quizás no se repetiría la oportunidad... Su color volvía a ser transparente y acudió a mirarse en el reflejo del cristal. La puerta se abrió y un mundo lleno de colores se fue sucediendo a través de ella. Se volvía violeta al contemplar el atardecer, dorada al mediodía, verde al atravesar los bosques de milflores al pasear por el jardín. Fue recorriendo increíbles lugares cada uno con su color y, por un momento, le entró la duda de si encontraría la puerta por la que había entrado al otro lado del espejo... pero al final de todo, allí estaba. Salió muy despacito, agotada por el viaje y se acostó en su camita muy satisfecha.

La sorpresa llegó por la mañana al ver que su imagen le devolvía lunares y cuadros. ¿Dónde encontrarse? Buscó por toda la casa hasta llegar a un armario del desván del que sacó el vestido de lunares de cuando su madre era niña y se pudo mirar en él. Tenía una parte. Los cuadros, le faltaban los cuadros... Al fin en el comedor, las servilletas le dieron la solución (Menos mal que no había amanecido de Navidad si no habría tenido que pedirte las tuyas, susurró el Narrador... Las risas llenaron la estancia)

Fue así como la niña tuvo todos los colores y a partir de entonces la llamaron Camaleón... Despertó en aquel momento, recobrando la consciencia poco a poco del recuerdo de lo que había vivido, no sabiendo si era una niña que había soñado ser cielo, si la tierra había soñado ser niña... (o si un vestido de lunares soñó ser servilleta... de cuadros, comentó el público... Y las risas, interminables y cómplices, lo inundaron todo).

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