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miércoles, 12 de agosto de 2015
Los árboles de nuestros pueblos
sábado, 24 de abril de 2010
Historia del cerdito con una sola oreja
©Paloma
domingo, 7 de febrero de 2010
De colores
domingo, 13 de diciembre de 2009
Cuento a medias -I- (Juego)
Inicio del juego: 2 de Agosto de 2009
"Érase que se eran un duende colgando de un árbol, una cabra que comía avena, un ciervo pasando de largo. La tarde era ya cerrada, la luna asomaba despacio, el frío cubriendo la tierra, el otoño llegaba acechando..."
-Como el frío iba en aumento, el pobre duende se desesperaba pensando dónde iría a guarecerse y con qué iría a abrigarse. Fue entonces que una grácil campanilla brindó su cálida corola como refugio improvisado y al rato, con sus más tiernas hojas, ofreció también cobijarlo.
-Se trataba de un duende pequeño y desconocedor de los peligros que el bosque entrañaba. Lo cierto es que se había alejado sin permiso de los ancianos aprovechando que dormitaban suspendidos de una vieja rama de un árbol viejo a la hora de la siesta. De todos es sabido que estos seres mágicos no pueden ni deben exponerse a la luz directa del sol si no desean perder sus poderes, puntualizó Arcoiris, la Maestra de Libélulas, que había tomado las riendas del relato.
Una cabra y un ciervo comiendo de la misma avena, raro asunto. Aunque los dos sean herbívoros, la cabra es de naturaleza arisca y quisquillosa y el ciervo por su parte extremadamente asustadizo. ¿Cuál será la causa de este acercamiento no habitual? Extraños aires recorren el bosque a la caída de la noche, añadió Milpiés, acariciándose el mentón pensativo con media docena de manos.
El duende, abrigado por los pétalos de la flor, dormía plácidamente ajeno a lo que a su alrededor iba sucediendo.
Los demás duendecitos aprobaron la idea asintiendo con la cabeza.
Sin embargo, los árboles hicieron oscilar sus copas dubitativamente. Al ser mucho más altos que los demás habitantes del bosque poseían una visión distinta. El Gran Roble, mirando a los demás y buscando su aprobación, continuó el relato con voz leñosa y recia:
La Reina de las Hayas le miraba con una sonrisa de velado aprecio. Habían crecido juntos desde... nadie recordaba cuánto tiempo, y se comprendían sólo con mirarse. Algo se cernía sobre el bosque y sobre el pequeño duende que descansaba tranquilo, añadió.
Debido a todas estas circunstancias el Bosque Mágico estaba revuelto. Borlita dormitaba y sus colores verdeamarillos se mezclaban haciendo que se vieran azules. La grácil campanilla inclinaba su tallo debido al peso del duendecillo,que recostado entre sus pétalos parecía un angelito, y también a la preocupación.
El Gran Roble dijo con su voz hueca y profunda:
- Vamos a convocar una asamblea de animales y vegetales para hablar sobre estos últimos acontecimientos. Despertemos a nuestra Reina para que la presida.
En un principio los árboles no lograron poner orden para comenzar la asamblea, pero apenas La Reina de las Hayas levantó su cetro en señal de atención, todos los animales y plantas, incluso los más chiquitos hicieron silencio y se dispusieron a debatir el tema.
Fue al terminar de bajarlo cuando se dio cuenta de que algo misterioso y realmente extraño sucedía. Un instante atrás el Bosque le devolvía las miradas expectantes de infinitud de ojos atentos a la señal de comienzo y ahora, un instante después, todos aquellos ojos mostrábanse ausentes, ajenos, como hipnotizados. Borlita, Milpiés, Sinfín, Arcoiris (la Maestra de Libélulas), la Niña... todos en El Bosque, todos excepto El Gran Roble y ella misma, La Reina de las Hayas.
Se había iniciado con El Juego, el cuento contado a medias cada Noche de Plenilunio en el cual podía participar todo aquel que lo deseara siempre y cuando hubiera abandonado la infancia más tierna y demostrara poder colaborar en una empresa de equipo de esta naturaleza... El Juego había comenzado y los aires misteriosos que envolvían la narración habían traspasado las fronteras de la imaginación para inundar su Bosque Mágico... ¿Tanto poder tenían?, se preguntó consternada la Reina... ¿Qué hacer?, preguntó dirigiendo la mirada suplicante al Gran Roble...
- Debemos de continuar en una secuencia lógica que mantenga el alma del relato.
- Mínimo un párrafo, máximo tres.
- A cada participante se le reconocerá por un color determinado de texto, siempre el mismo.
- NO ES PRECISO SEGUIR NINGÚN ORDEN. CUANDO A CADA UNO LE SURGE ALGO, LO APORTA.
- "El Bosque Mágico de Paloma" se reserva el derecho de realizar los ajustes necesarios para que el cuento sea un todo único. Su color de texto será éste en que se leen las normas.
- La fecha de la entrada será actualizada con cada nuevo aporte.
- El título se pondrá cuando esté concluído el cuento.
- Queda abierto el buzón de sugerencias..
jueves, 9 de julio de 2009
La niña y el mendigo.
En un país tan cercano que no podías tocarlo con la mano, cuentan que vivió una niña muy parecida a las demás niñas, sólo que ésta gustaba de entretenerse en narrar sus pensamientos, sus aciertos y desventuras.
Era pobre y con espíritu avispado, pues si no difícilmente hubiera sobrevivido a tanta escasez. Era valiente y prudente, pues el valor sin prudencia se convierte en temeridad y deja de ser valioso. Era pequeña como fruto de arándano, ligera y saltarina como una ardilla. De menuda presencia y gran corazón, decían quienes la conocieron.
Le gustaba rodearse de seres especiales, como ella los llamaba, y aseguran quienes compartieron algunas lunas a su lado que así era. Parecía poseer un don para no sólo atraerlos sino mantenerlos próximos a su onda energética.
Entre todos ellos los que más apreciaba era aquellos que encontraban divertimento en mudar su estado de ánimo, pues ella -que era muy alegre y de sonrisa fácil- detestaba la monotonía y el aburrimiento, de modo que todo lo que fuera capaz de sacudirla, de mantenerla despierta y viva era su mejor regalo que agradecía justamente con la misma intensidad. Nada que se mantuviera próximo a ella podría aletargarse, dormirse, aburrirse.
Una mañana soleada la niña salió al camino de la vida dispuesta a recibir con una sonrisa las sorpresas que los dioses le hubiesen preparado durante la noche. No penseís que todas las mañanas le resultaban soleadas… ¡qué va! También las había nubladas, grisáceas y hasta ciertamente oscuras, pero -como esas las olvidaba muy pronto- apenas hablaba de ellas. Asi que yo os contaré una de sus mañanas soleadas…
Como iba diciendo, la niña salió de su casa muy temprano. Saludó y agradeció en silencio a ese viento fresco que cargaba la mañana de esperanza y caminó abierta a la vida. Ligeramente absorta en sus pensamientos, casi no se percata de que un mendigo descansaba su borrachera sobre el suelo, en la esquina con la Calle Veinticuatro. Mientras se acercaba a él, el mal olor que desprendía casi la hace cambiar de acera, y sujetándose el impulso se apróximo para ofrecerle una moneda con la que tomara un café. Después continúo muy satisfecha.
En un principio la niña también se juzgó a sí misma como generosa pero con el pasar de los días se dio cuenta de que en su interior iba naciendo un reproche oscuro hacia el mendigo, pues éste en vez de agradecimiento ofrecía exigencia por la moneda y ella -en lugar de solidaridad- le regalaba deseos de dominio. Quería obligar al mendigo, al que ya consideraba esclavo suyo, a disponer del dinero exctamente como ella hubiera hecho, es decir, aprovechándolo para salir del oscuro pozo de la mendicidad.
Aunque cada día su camino era el mismo, no era así en realidad porque sus estados de ánimo eran diferentes, sus acompañantes también eran distintos, incluso las esquinas y las sorpresas que guardaban no eran las mismas. De modo que aquel viejo mendigo un día se cansó de sus reproches y símplemente renunció a la moneda cambiando de esquina.
La niña lo echó de menos pero pensó que el muy desagradecido sólo confirmaba con su desaparición su baja calidad como persona y consoló de esta manera su corazón, gobernado por la desidia de la dominaciòn.
Habrían de pasar algunas lunas para que ella comprendiera ciertos misterios de la vida, pero la sabiduría que se haya contenida en el cuenco de la eternidad rozó un día sus manitas pequeñas y aprendió algo nuevo y que, en definitiva, era lo que ella más apreciaba.
El mendigo que llevaba ya muchos litros de vino entre sus pliegues olvidaba con rapidez las calles frecuentadas con anterioridad así que una mañana vino a sentarse de nuevo en la esquina de la Calle Veinticuatro. Cuando la niña le vio, reconoció de inmediato su olor penetrante, sin embargo ya no le nació el impulso de cambiarse de acera. Se aproximó a él y le saludó muy animada. Miró sus ojos y los sintió tan cansados que apoyando la cabeza de él en su regazo le cantó dulcemente durante unos minutos… Después recogió su hatillo y continuó caminando sonriente. No pensaba en nada, ni juzgaba nada… simplemente caminaba.
En los días sucesivos, la niña pasaba puntual por la esquina, unas veces llevaba un mendrugo de pan a su amigo que sonreía satisfecho; otras, una manta envejecida con la que cubría su cuerpo que ronroneaba de agradecimiento y, en otras ocasiones, el regalo era una mirada limpia o una tierna caricia de sonrisas. Después partía sin llevarse nada, apenas un limpio recuerdo del momento.
El mendigo que lo olvidaba todo a causa del alcohol, nunca olvidó a la niña porque con ella aprendió y a la vez enseñó que el ofrecimiento de calor para su alma no llevaba adherido el precio del cambio por su parte, ni tampoco la exigencia en su derecho de mendigo.
La niña también entendió que lo más importante es observar qué necesita el otro y dárselo sin pretender ni esperar nada.
Y es que en el camino de la vida tomos somos diferentes pero todos nos convertimos en iguales cuando intercambiamos el calor de nuestras manos, la incertidumbre de nuestras almas y el miedo de nuestros corazones.
©Finwë Anárion
domingo, 19 de abril de 2009
El árbol con deseos de conocer el mundo
Un cuento regalado de viva voz
-"Venga, dáme tres palabras", dice él.
-"Mmmm... árbol... fresa... silla", responde ella.
Como lo pensó, lo hizo y, de manera sorpresiva, el Árbol-Más-Anciano le permitió emprender tal aventura no sin antes haberle impuesto la condición de que debería reservarse tantas hojas como le fueran imprescindibles para vivir, a lo cual se comprometió.
Así fue cómo, al ser convocado el Viento para colaborar en tal empresa, éste comenzó a soplar y soplar hacia el Norte fuerte, muy fuerte, arrastrando con él numerosas hojas de la copa frondosa que lucía el inquieto y joven árbol con deseos de conocer el mundo.
Viajaron durante un largo tiempo sobrevolando tierras y mares hasta llegar a una tierra blanca y fría que parecía de cristal y en la que habitaban pingüinos vestidos de etiqueta, focas con largos bigotes y osos, zorros, liebres... blancos como la nieve. El Polo Norte.
Viento comenzó de nuevo a soplar, esta vez hacia las cálidas Tierras del Sur. Y sopló y sopló fuerte, muy fuerte, arrastrando con él numerosas hojas de la copa frondosa que lucía el inquieto y joven árbol con deseos de conocer el mundo.
Una vez cumplida esta etapa, Viento sopló y sopló fuerte, muy fuerte, hacia el Este arrastrando con él numerosas hojas de la ya no tan frondosa copa que lucía el inquieto y joven árbol con deseos de conocer el mundo.
Viajaron durante un largo tiempo sobrevolando tierras y mares hasta llegar a una tierra exótica de nombre Chi-Pón ( -"Chin-pón?", dice la Niña. -"Chi-Pón, mezcla de China y Japón", aclara entre risas el Narrador. -"Ahhh, y tenían un ojo rasgado hacia arriba y el otro hacia abajo", respondió riendo ésta) en la que sus habitantes cultivaban y comían deliciosas fresas.
Viento se dispuso a iniciar la tarea que concluiría la encomienda. Sopló y sopló fuerte, muy fuerte, hacia el Oeste arrastrando con él la mayor parte de las hojas que quedaban en el árbol, dejándole apenas unas pocas, las mínimas que necesitaba para vivir como le había hecho prometer el Más-Anciano al Joven inquieto con deseos de conocer el mundo.
©Finwë Anárion
Con la colaboración de Paloma.
jueves, 16 de abril de 2009
La niña que llovió
Había una vez una niña muy pequeñita, tan pequeñita que nació dentro de una gota de agua. La gota cayó en una hoja y la hoja la acunaba. Las flores que tenía alrededor la miraban extrañadas, preguntándose qué era aquel ser tan diminuto, pero poco a poco fue creciendo y supieron que se trataba de una niña. La niña les preguntaba si sabían quién era y de dónde venía pero todos lo ignoraban.
Un día, andaba la niña por el bogque paseando cuando encontró la cabaña de un mago y allí se dirigió por ver si aquel tenía la respuesta que buscaba.
Llamó a la puerta... toc... toc... Y una voz desde dentro dijo: "Pasa, niña".
"Oh", pensó, "verdaderamente se trata de un mago, ¡ha sabido que yo era una niña!" Y muy contenta entró en la cabaña.
Allí el mago excudriñó en su bola de cristal un buen rato. Después se dirigió hasta el caldero mágico que cocía en el fuego. Realizó sobre él unos pases extraños con las manos mientras pronunciaba palabras mágicas... "Cataplínnnnn"... "Cataplónnnnnn"
La miró y le dijo: "Niña, tú vivías arriba, en el País del Cielo, y cuando ibas a nacer, sucedió que llovió muy fuerte, muy fuerte y en una de las gotas de lluvia llegaste a la Tierra".
"Y ¿cómo podré volver? La lluvia no cae hacia arriba", respondió la niña con carita compungida.
"Mmmmmmm"... pensó el mago durante un largo rato y de pronto dijo con expresión de júbilo: "¡Ya sé! Daremos la vuelta al mundo. La Tierra quedará arriba y el Cielo abajo, entonces lloverá de la Tierra al Cielo y podrás regresar."
Las palabras mágicas sonaron de nuevo y los pases se volvieron a realizar y de pronto, ¡zas!, ¡el mundo estaba al revés! Comenzó a llover y la niña que, aunque había crecido un poco, era aún muy pequeñita se abrazó a la lluvia para regresar a su casa.
En el Cielo estaban muy sorprendidos de que lloviera hacia arriba y más cuando vieron que la lluvia traía consigo a una niña que resultó ser la hija de los Reyes, los cuales fueron muy felices al recuperar a su hijita perdida por la que habían llorado mucho.
Una vez la niña en casa, el mago volvió a lanzar su magia para dejar el mundo en orden, ¡zas!, ¡el mundo al derecho de nuevo!
©Finwë Anárion
domingo, 11 de enero de 2009
Alma de cántaro
Y las confundo porque comienzan con la misma letra y se pronuncian con la misma voz pero cada una tiene su momento, según el momento, claro. ¡Ah, sí! ¿No lo he dicho? Mis pócimas hablan entre ellas y me hablan a mí y tienen vida propia. Si la primera ("El milagro...") está actuando, se abre solito el tarro de la segunda para tirar a aquella por tierra y deshacer el encantamiento.. Y, cuando el embrujo de la segunda ("Estoy muy...") está siendo demasiado fuerte, algunas gotas de la primera salpican adrede para anular ese efecto y hacerme un lío... Bufff...
En el interior del bosque susurran las voces de los árboles...
Jajajajaja.... Ríen alborotadas las de las hayas... "Nnnnnooooo... nnnoooo... ¡La segunda, la segunda, la que comienza por E es la verdadera!"
Vaya ayuda que tengo, ¿eh? Vamos, que soy más bien un alma de cántaro al mandato de mis pociones. Y aún no he contado nada sobre los líos que organizo con el Caldero Mágico. Como el otro día que me tropecé con él mientras se cocían a fuego lento en su interior Sueños Insensatos e Imposibles y se desparramaron por los suelos mezclándose con los tarros de Sueños de Ingenuidad e Ilusiones... Casualidad, también comienzan por la misma inicial.... snifff...
No creo que la "Asociación De Brujitas Blancas Del Bosque" me conceda este año tampoco Las Alas De Primer Nivel.
domingo, 16 de noviembre de 2008
Me iré a la cama temprano
Me iré a la cama temprano.
Atraparé pa' mi sueño
un lucero enamorado
un cantor de estrellas niñas
un cuenterillo abnegado
Atraparé soles, lunas
enanas rojas y duendes
increíbles nebulosas
y mil cien amaneceres
Atraparé todo un canto
de alegrías inusuales
de risas de mil matices
de paseos otoñales
Atraparé de las crines
a mi unicornio dorado
que me lleve suave, al trote
por parajes no narrados
Atraparé, y va en serio,
y pondré a buen recaudo
las sonrisas luminosas
de muñecotes de barro
que me miren y se rían
y lo hagan sin empacho
hasta lograr contagiarme
en los ojillos su rastro
Atraparé, ¿ya lo he dicho?
tu mirada y nuestro abrazo
las hojas que caen silentes
el agua que va despacio
la tarde que se desliza
el sol que vuelve cansado
la luna menuda y quieta
plata y oro en su halo
Atraparé tanto y tanto
tanta magia y cuentos blancos
que mi noche estará plena
Me iré a la cama temprano
martes, 4 de noviembre de 2008
El cuaderno de hojas secas (y IV)
Los cuentos están hechos para los días grises, nublados, lluviosos. Para las noches frías, bajo la manta o al calor del fuego. Acércate, quédate sentadito a mi vera, niño del corazón triste, apoya tu cabeza en mi regazo, cierra los ojos...
Sus ojos eran una súplica y una orden al tiempo. Yo sentí que no era él quien me lo pedía sino el Mundo mismo y hasta me pareció que éste paraba para escuchar mi respuesta.
-Sí, sí, le dije sin abandonar su mirada a la cual me mantenía sujeta, hipnotizada. ¿Qué he de hacer?
El hombrecillo verde me cogió de nuevo en volandas, arrastrándome a lo alto del cerro. Y sin soltarme la mano, levantándola en alto, habló en un lenguaje que yo no comprendía. Un lenguaje sin sonido pero vibrante. Y la vibración de su voz, inaudible para mí pero que conmovía profundamente, fue extendiéndose en ondas, inundando el paisaje, atravesando montañas, árboles, casas.... cabalgando en el aire y llegando al corazón de todas las criaturas y seres que habitaban la región y que fueron respondiendo del mismo modo mientras se acercaban hasta donde nos encontrábamos.
Tenía la sensación de que todo giraba, incluso yo. Me sentí elevada del suelo, siempre agarrada de su mano, y, aún con los ojos cerrados, percibía que el día brillaba más que nunca y que lucía con un esplendor sin igual, que traspasaba de luz toda materia, volviéndola etérea.
Cuando las oleadas fueron perdiendo intensidad abrí los ojos y me vi rodeada de una miríada de criaturas de todos los Reinos de la Creación, representantes de todos y cada uno de los seres vivos (los del Aire y los de la Tierra, los del Agua y los del Fuego; de los más grandes a los más pequeños), que habían respondido a la llamada de Fastolph Overhill, el enano, y que esperaban respetuosos sus indicaciones.
Habló de nuevo su mágico lenguaje y todos a una entonaron un cántico nuevo que manaba transformado en luz y que comenzó a descender ladera abajo desde lo alto del cerro hasta encontrarse con todo aquello que, en la explanada, no cumplía con el equilibrio natural. Las notas de la antigua lengua, pronunciada por tan distintas gargantas, fueron rodeando aquellos vestigios olvidados por el ser humano inconsciente, penetrando y deshaciendo su sustancia, desintegrándola, permitiendo nacer de ellos la Vida.
Cantaban aquellas voces mirando hacia adentro, manteniendo el ritmo y la intensidad constantes hasta que, en un momento dado, Fastolph, con un gesto de su mano, dio la orden de terminar. Poco a poco fuimos saliendo del encantamiento en que participamos, incluída yo sin conocer aquel lenguaje. Volvieron nuestros sentidos a percibir, siendo conscientes de nuevo del lugar en que nos encontrábamos. Y, al abrir los ojos, un esplendoroso paisaje se nos ofreció a la vista. La Vida, con nuestra ayuda, había logrado restaurar el orden perdido.
Las criaturas se mostraron alborozadas y mucho más mi querido enano al cual ya no tenía miedo porque comprendía la labor que realizaba. Cantaron, bailaron y poco a poco fueron retornando transportados en el aire a los lugares de que provenían, todos en orden según el Reino al que pertenecieran.
-Ven, niña. Me habló Fastolph. Y tomándome nuevamente de la mano tiró de mí y me acercó a su altura. Me miró agradecido y cariñoso. Después sacó de su bolsillo aquel cuaderno de hojas secas donde escribía el día que lo conocí y me lo entregó, indicándome que lo abriera. En las hojas había unas palabras escritas con tinta mágica de hadas. Nindë Númenessë. Le miré sin comprender.
-Aquel día que me encontraste, sentado bajo la higuera escribiendo en este cuaderno, creyendo que no te veía, yo te esperaba. Y claro que vi la cestita de higos a mi lado, me guiña un ojo. Llevaba tiempo llamándote en el lenguaje mágico. Yo te atraje hasta aquí. Y en prueba de ello anoté tu nombre élfico, Nindë, porque sólo tu corazón limpio me faltaba para lograr recomponer el equilibrio de este lugar.
Sus ojos me miraban dulces. Me pareció conocerle de siempre y su imagen comenzó a tomar forma en mis recuerdos más antiguos. El siempre había estado conmigo. Fui yo la que por un tiempo le olvidó y, cuando regresé, no lo recordaba como era. Mi enano, que creí de piedra, Fastolph Overhill of Rushy, era mi protector y el que salvaguardaba el Antiguo Conocimiento en mí.
-Hoy es el día en que que las Hadas de las Estaciones, Amarië Ancalímon, se darán por satisfechas de mi labor. El Hada Otoño, Aredhel Fëfalas, que te conoce, llegará pronto. Mira, aquí viene.
Se acerca volando un ave de gran envergadura, batiendo las alas con amplitud. Su color gris plata. Negras las plumas remeras y el copete de la cabeza. Largas patas de zancuda y un cuello esbelto e interminable. Se posa a nuestro lado moviendo el aire y nuestros vestidos. Redondos sus ojos y el pico largo y amarillo. Habla con una voz delicada que no se sabe muy bien de dónde proviene:
-Fastolph Overhill, amigo mío, trajiste a Nindë, en una exclamación mezcla de satisfacción y alivio.
Yo, con los ojos bajos, no me atrevo a mirar, me impresiona ver tan de cerca a la garza que busco encontrar cada día y descubrir que no me teme y que habla de nuevo con voz cristalina:
-Soy yo, Nindë, dice en respuesta a mi temor. Soy yo quien te hace buscarme para que la magia viva en ti, para que no pierdas el verdadero conocimiento de lo que somos y a dónde pertenecemos.
Las voces se van haciendo más y más lejanas, se van perdiendo en el subconsciente y yo despierto bajo el sol, tumbada sobre un mullido colchón de hojas secas. Rememoro lo que acabo de vivir sin acabar de comprender. Un poco desilusionada, pienso:
¿Entonces sólo era un sueño?
-FIN-
N. de la A. Esta historia nació a raiz de haber desaparecido un enanito de piedra que guardaba el camino de la casa en El Turrutal, un terreno en el monte. Por eso espero sepáis disculpar que finalmente uno de los personajes del mismo sea yo.
Me hubiera gustado que alguien me contara un cuento así sobre mí.